El Kibbutz

Kibbutz: colonia, settlement, asentamiento, rincón elegido dónde alzar la tienda final, dónde salir al aire de la noche con la cara lavada por el tiempo, y unirse al mundo, a la Gran Locura, a la Inmensa Burrada, abrirse a la cristalización del deseo, al encuentro. En la Rayuela, el cielo y la Tierra están en un mismo plano, hay que entrar al cielo a patadas, el zapato patea la piedrita, mirar al mundo a través del ojo del culo, la piedra debe pasar por ahí, llegar al Kibbutz. (Cortázar)

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10/17/2006

El del medio


EL KIBBUTZ SE FUE A LA VEGA

No merecido descanso pero se pasó bueno
Por: Jonathan Torres

Digo no merecido porque no se justifica haber dejado de publicar Basura Aqi y Vendetta el puente pasado, pero eso sí, el paseito fue de lo mejor. Faltó viajar a La Vega para presenciar una pelea de gallos como es debido: botella en mano y cuarentona alegre al lado cantándole al oído. Los rostros iguales, vejetes y otros no tanto enrojecidos, apaisados por ponchos al hombro y barrigas prominentes destapadas sobre la hebilla del cinturón, como si exhibirla fuese un orgullo.

En el pueblo estaban en sus Fiestas de Bandas, pero las presentaciones sólo se llevaban a cabo en las horas del día, horario imposible de considerar por más deseos periodísticos que tenga uno cuando está de paseo. Por eso los administradores de El Kibbutz decidimos dedicarnos a retratar la vida nocturna de un monstruo al cual ni el calor adormece. Aquí una crónica de lo vivido y sufrido...


Pico y Galán

Ya trazaban líneas paralelas con las garras en la arena cuando las manos de sus dueños se acercaban para abrir las jaulas. En un momento las barras de metal desaparecieron para mostrarle a sus ojos de gallo una caterva descontrolada y vivaracha de borrachines que gritaban sus nombres con saliva seca en el mentón. Corrieron cual ratero barriendo el suelo y dando vueltas mirándose fijamente, cada uno retando al otro con las alas levantadas imitando al imponente pavo real. Detrás suyo, dos animales de una especie al parecer más evolucionada, levantaban sus brazos de la misma manera y articulaban lenguajes en el momento desconocidos para el público no especializado. Con las botas de capataz de finca cavaban pequeños agujeros desesperados mientras los gallos se mantenían en una imperturbable batalla psicológica.

Los gallos eran Pico y Galán, homónimos de sus dueños, dos panzones del pueblo que habían entrenado a sus bestias para un combate honrado y épico en que la fuerza mental era casi tan importante como la física. Aunque pudo haber sido el efecto de letargo producido por la cebada el que nos condujo a imaginar una eternidad de crestas enhiestas, pechos a punto de estallar con movimientos peristálticos cada vez más rápidos y picos contraídos un momento, estirados el otro, como un puñal en la mano de un perito en el atraco. Hasta que la histeria general logra desconcentrar a los gladiadores emplumados y deciden lanzarse enfurecidos; han contenido la emoción por demasiado tiempo y ahora sus músculos demandan actividad. Arena por todos lados, corren también los dueños, el público se levanta con la jeta abierta y escurriendo una ovación cuando los picos chocan al sazón que las alas se enredan como en un abrazo de boxeo.

Las aves levitan agitadas, mientras ascienden por el aire viciado no cesan la labor de herirse mutuamente. Caen goticas de sangre imitando la lluvia espantabobos y los sabios en el púgil gallístico hacen con las manos el mismo gesto, como golpeando en el estómago a un fantasma que se ha puesto delante suyo, los asientos pierden calidad de existencia, las jaulas colgadas sobre el terreno de unos arneces que se desprenden de poleas en el techo han pasado a ser simple decoración imaginaria, banal; el escenario es entonces una isla en la memoria, el recuerdo de un pasado y un futuro que no quieren desprenderse de la sangre de un gallo y el sudor de su dueño, acariciados por el clamor del público volátil, todos jugando a ser felices y a emborracharse. Pretendiendo morir un poco entre guaro y arena, gallos y gallos, cada uno diferente pero a la larga lo mismo.

Al caer de nuevo, Galán tiene un ala rota, le es imposible mantenerse en pie con el ejercicio de su extremidad buena. Pico sigue meneando la cabeza y las patas, incitando a su contrincante, le girta: "¿Qué pasó mi amor? ¿Ya se cansó?", Galán retorcido responde: "Noo marica, es que usted sí me jodió el brazo, manda huevo por hijueputa". Entonces Pico, herido en su orgullo se endereza en todo su tamaño, el pecho se le hincha y se avalanza sobre el herido revoloteando y ametrallando repetidas veces con su pico cerrado.

Pero antes de que el animal pueda rematar a Galán, Galán el humano se entromete y lo patea con el filo de metal que brilla en sus botas. Ahí las botellas se rompen contra las gradas para luego ser arrojadas a quien caigan, cabezas rotas, sangre humana que se coagula como bolitas de chocolate al contacto con la arena. Hombres corriendo por toda la extensión del local con la intensión de golpear a alguien del otro lado, los dueños de los gallos abrazados bajo la turba dándose puñetazos y patadas certeros. Pero entre sangre y cuerpos magullados se logran ver sonrisas, se oyen carcajadas en medio del caos, lo disfrutan. El camino a la salida fue tortuoso esquivando brazos gordos pero firmes, viendo cabelleras de mujeres hermosas -otro efecto del trago- ser desprendidas de sus cueros con facilidad; en la taquilla un gordo con revólver esperaba el desenlace de la pelea, al ver nuestras caras citadinas decidió permitirnos el paso, no sin antes enseñarnos sus dientes amarillentos con una sonrisa de "pobres huevones". Corrimos cinco minutos hacia el cerro, hacia la casa donde nos quedábamos. Con adrenalina nos sentamos en la sala meditando cuán cerca de la muerte habíamos estado pero sólo nos preocupaba una cosa, la suerte de Pico y Galán en medio de esa refriega de bestias salvajes.

1 Comments:

  • At 10/19/2006 8:35 p. m., Anonymous Anónimo said…

    Un espectáculo digno de ser llamdo colombia, presencia tan magno evento y sali sin un rasguño es casi una proesa heroíca y por demás de azar, por espectáculos como estos uno se siente orgullosos de vivir en esta tierra y ver como por unos cuantos minutos u horas el hombre se vuelve uno con la bestia, y de ver como el alcohol hace crecer y decrecer el espíritu humano de tal forma que nos regodeamos al verlo y, en dado coso, nos incita a ser parte de esta oda a la colombianidad, los feroces gallos, cual héctor y aquiles, y los hombre cual zeus transformado para sus cotidianas andanzas con mujeres no pertenecientes a un olimpo llamado Colombia

     

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