Vendetta

Proliferación de literatura para comprar y no leer
Por: Jonathan Torres
Así como en la foto debe quedar uno después de haberse tenido que leer una novela que por supuesto sólo puede alcanzar la popularidad luego de ganarse al público televisivo, que siendo francos, no es el más crítico ni literario de este país. Con una sonrisa fingida, ojeras despreciables y rostro famélico de puro desagrado. El efecto de esta telenovela es sin duda abrumador, recuerdo que al día siguiente de su primer capítulo, iba sentado en Transmilenio, con mi usual librito mañanero, que por esos días debió haber sido Doctor Faustus, cuando se sube una mujer de unos cuarenta años con un ejemplar de la novela en la mano todavía con la envoltura de plástico.
A mi madre se lo habían prestado. Lo curioso es que ella va como en la mitad desde hace varios días y no veo que avance. Además me pregunto si la señora de Transmilenio lo habrá destapado o si lo tendrá sobre la mesita de noche para convencerse de la mentira piadosa de que algún día lo va a leer. Me inclino más por la segunda opción. Sin embargo, si lo llegase a leer, sin duda tendría el mismo efecto que El Código Da Vinci, un libro de rápida lectura, casi imperceptible.
Lo que sucede con este tipo de literatura es simple, no perdura. En algún lado leí que la de Dan Brown era una historia que pretendía ser novela policíaca, Thriller, reconstrucción histórica, ataque a
Sin tetas no hay paraíso es sin duda entonces, una historia que quiere llegar a ser sicaresca –término acuñado por Héctor Abad Faciolince con respecto a las novelas del sicariato–, o tal vez novela negra, pero que se queda cojeando en el camino. Termina por ser un sinsabor en la lengua de quienes se han consagrado en este tipo de literatura. Para comprobarlo habría no más que consultar a Jorge Franco, a Nahum Montt –quien por cierto opina que el éxito de El Código Da Vinci se debe a ser una historia escrita para estúpidos, por lo que cualquiera se siente inteligente leyéndola–, a Oscar Collazos, entre muchos otros escritores colombianos que han tomado las riendas de un tristemente casi invisible género negro por un lado y sicaresco por el otro, en el país. Se trata del ambiente, la psicología de los personajes, ese toque poético y talentoso que se exige de un buen escritor, su mente debe notarse salvo como ese motor ininteligible que pone en marcha una obra negra, que no sucede con la historia en cuestión.
Para mí y yo creo que para muchos verdaderos lectores, la palabra Best Seller se ha convertido más bien en una advertencia que en una invitación. Sabemos que las obras que por lo general se venden como llaveros terminan siendo algo muy parecido, utensilios para cargar por la calle, lucir en reuniones, mostrar en Transmilenio, pero que en realidad nunca van a ser utilizados para lo que están hechos, y de suceder, van a ser tan efímeros como un insulto al cielo. No me malinterpreten, es justo analizar la estética traquetizada que se está apoderando de nuestro país, pero como bien sentenció mi apreciado Cortázar –quien también se acercó en algunos cuentos al género negro–: "no hay malos temas, los malos son los escritores".
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