El Kibbutz

Kibbutz: colonia, settlement, asentamiento, rincón elegido dónde alzar la tienda final, dónde salir al aire de la noche con la cara lavada por el tiempo, y unirse al mundo, a la Gran Locura, a la Inmensa Burrada, abrirse a la cristalización del deseo, al encuentro. En la Rayuela, el cielo y la Tierra están en un mismo plano, hay que entrar al cielo a patadas, el zapato patea la piedrita, mirar al mundo a través del ojo del culo, la piedra debe pasar por ahí, llegar al Kibbutz. (Cortázar)

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3/06/2007

Crónica



La batalla de las fotos

Por: José Luis Peñarredonda Martínez

"Aquí un grupo grande de jóvenes está tomándole fotos a las instalaciones, a los policiales. Esto no puede ser, espero instrucciones"

El agente de policía no volvió. Esas eran sus palabras llenas de miedo, éramos demasiados como para prohibirnos usar la cámara. Le daba pánico que le pudiéramos decir que no jodiera. Tal vez por eso no regresó. O tal vez le dijeron que no fuera tan pendejo, que no podía hacernos nada por tomar fotos y que no le iban a dar el domingo libre si nos detenía, que éramos inofensivos o que dejara así a ver que pasaba. Y no pasó nada, seguimos jugando con nuestras cámaras, recochamos un rato y nos largamos.

Seguramente la gente que pasó por la estación ‘Héroes’ de Transmilenio se preguntó por la marejada de fotógrafos que ahí estaba. Seguramente algunos se preguntaron si eso no estaba prohibido, otros tal vez se intrigaron y quedaron con la
duda de para qué sería. Es posible que alguno, incluso, haya llegado a la pintoresca conclusión de que estábamos protestando por algo. Ese alguien, si es que existe, tuvo razón.

Tomarle una foto a nuestro querido sistema de transporte masivo es una odisea. Algunos lo hemos logrado, no sin maña y una habilidad propia de cualquier paparazzi. Muchos se han quedado con las ganas, han sido “advertidos” de que “tomar fotos en Transmilenio está prohibido” por un policía con cara de matón, de esos de los que uno diría que no los quieren en su casa. Así las cosas, ver a un ‘tombo’ obeso y malencarado devolverse con el rabo entre las piernas fue un acto de catarsis.

Una catarsis que tuvo la bendición del clima. Creo que yo no era el único que temía que el tiempo no nos ayudara, que de súbito Dios se acordara de que es fascista y pusiera un nubarrón negro y alborotado encima de nuestras cámaras. Pero parece que el de arriba, si es que existe, se portó como todo un bacán. Nos regaló un sol casi perfecto para el noble arte de la fotografía, uno que iluminó con generosidad y permitió hacer unos contraluces esplendorosos.

Y allí, tomando el sol, estábamos nosotros con nuestras cámaras. Supimos de la convocatoria por internet, vimos la imagen de una Nikon decorada con un bus rojo y nos emocionamos. Nos decidimos cuando nos cantaron una gran verdad, una que alguien sacó del bolsillo y dejó para la posteridad en el flyer: “una cámara no es un revólver, una foto no es una bala”.

Fuimos llegando de a pocos. A las 5:30, hora de la cita, no estaba ni la mitad de los que vinieron. Vinimos armados con lo que tuviéramos a la mano, celulares, cámaras digitales de todas las facturas y cámaras análogas que me hicieron despertar un poco de sana envidia. Nuestro ejército era de lo más variopinto, entre nuestras tropas estaba una niña que no tendrá más de doce años con su papá, una mamá con su niña pequeña y su cámara, muchos jóvenes despelucados e inquietos y uno que otro señor con cara de padre de familia. Éramos un ejército de la libertad, atrincherado debajo de nuestros lentes librando una feroz batalla contra la represión.

Durante muchos minutos buscamos los mejores encuadres y las mejores tomas. Incluso hubo quien obvió el requisito de la cámara y se puso a tomar fotos con el aire, a jugar con una cámara simbólica que está tan permitida como cualquier otra. Ganamos la batalla, tomamos las fotos que nos dio la gana. Algunos, con el ego alborotado por haber vencido, se fueron a buscar otro botín: la estación de Marly.

Cuentan los relatos épicos que allá la resistencia fue mayor, el enemigo tomó un autoparlante y lanzó un ataque irrisorio en forma de voz de impulsadora
de supermercado: “les recordamos a nuestros usuarios que está prohibido tomar fotos en el sistema Transmilenio”. La respuesta fue una carcajada general, un contraataque que, ya cayendo la noche, puso en el bolsillo otra victoria para nuestro ejército.

Luego vimos las fotos. Que quién me tomó una foto a mí, que este gato quién era, que las pongamos en un lugar o en otro. Se hizo, se respondieron las preguntas y creo que se hicieron nuevos amigos. Después oímos ecos de prensa, e incluso se
dijo que a algún concejal le había quedado sonando que la prohibición no existía o que al menos era injustificada. Tenía que pasar; todo el mundo quiere a los ganadores.


*ESTUDIANTE DE PERIODISMO Y FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DEL ROSARIO, REPORTERO DE PLAZA CAPITAL, BLOGGER POR AFICIÓN. ADMINISTRA DOS BLOGS: http://noalsilencio.blogspot.com
http://elrestodelcorcho.blogspot.com



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1 Comments:

  • At 3/07/2007 8:37 a. m., Blogger Sebastián Peñuela said…

    Que reconfortante saber a los policías temerosos de una simple cámara de 35mm. Ojalá estos eventos de tomas fotográficas por asalto a la ciudad continúen sin represión alguna, a ver si por medio de una lente podemos reconocer desde la orilla de la subjetividad a lo que queda de nosotros mismos y de nuestro entorno.
    Saludos

     

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