El Kibbutz

Kibbutz: colonia, settlement, asentamiento, rincón elegido dónde alzar la tienda final, dónde salir al aire de la noche con la cara lavada por el tiempo, y unirse al mundo, a la Gran Locura, a la Inmensa Burrada, abrirse a la cristalización del deseo, al encuentro. En la Rayuela, el cielo y la Tierra están en un mismo plano, hay que entrar al cielo a patadas, el zapato patea la piedrita, mirar al mundo a través del ojo del culo, la piedra debe pasar por ahí, llegar al Kibbutz. (Cortázar)

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1/06/2007

Vendetta


EL CADÁVER INSEPULTO

Por: Jonathan Torres

A Arturo Alape

Desde el Bogotazo, 9 de abril de 1948 y con la muerte del Caudillo del pueblo Jorge Eliécer Gaitán, existe en Colombia un cadáver insepulto que acumula despojos de crímenes impunes y voces ignoradas. Así se llama el último libro que publicase el historiador Arturo Alape antes de su fallecimiento. Allí se mezclan los relatos y crónicas de Felipe González Toledo, periodista de la época, con los testimonios de Tránsito Ruíz del Toro, quien pierde la calma y la razón de su existencia cuando su esposo es desaparecido por miembros del ejército a causa de su participación en actos considerados como "revolucionarios" el mismo día en que Gaitán fue baleado.

Como buen narrador, Alape no tuvo que acurrir a la ficción para desarrollar una historia impactante que mantiene los dedos agarrados del libro. Su prosa es poética, cualidad de pocos escritores que empodera sus obras con un halo de sensibilidad desgarradora. Lo triste del caso es que su metáfora del cadáver insepulto no es tanto una hipérbole como una observación honesta y libre de adornos. Y mientras los años de Colombia pasan envejeciendo la modorra que el conflicto armado ha levantado como polvo, ese cadáver sigue creciendo, siendo provisto de relleno por guerrilleros, paramilitares, narcos, militares y políticos desde cualquier ángulo del territorio nacional, pues así estas palabras son emitidas desde la "tranquilidad" del espacio urbano, la muerte es cruda y real, y se esconde bajo las montañas y detrás de los frailejones de los páramos.

Hace poco en El Tiempo.com se publicó la carta que leyó el hijo de Alape como homenaje a su padre, un texto sentido y respetable en el cual fácilmente se puede rastrear la melancolía heredada. Se identifican a prima facie las agonías de un hombre que sentía sobre su piel las quemaduras y torturas de que había sido víctima el país desde el 50 hasta el día de su muerte. Su vastísimo trabajo así lo comprueba, más de cien obras entre novelas, ensayos, artículos y cuadros dan fe del fuego negro que carcomía las entrañas del intelectual al pensar en las injusticias del Estado y el mal estado de las cosas en Colombia. Esa misma llama fue la que ardiendo incesante lo guió a tomar las armas bajo la insignia guerrillera. Sobre la experiencia Alape obtuvo varias reflexiones que marcaron su carácter, además de haber tenido contacto directo con Tirofijo y escribir sobre él.

Desencantado, pues un hombre con armas hace lo mismo sin importar el escudo al que defienda, Alape dejó su vida militante con las armas para entregarse al amor por sus hijos, sus libros y sus cuadros. Y también dejó el clamor de la selva por exilios y persecusiones. Por Colombia y por su familia, el intelectual prefirió mudar. Como ya es leitmotiv en este país, comenzar a hablar de lo que sucede significa per se, tener el cañón de un revólver presionando la nuca.

Ahora bien, todo hombre lúcido es llamado a la revolución en determinado momento, algunos deciden luchar desde sus casas y con sus palabras, no sin miedos a ser amenazados o exterminados; otros, como Alape, acogen la guerra como un camino para luego desecharla y encerrarse voluntariamente en un kibutz de introspección y reflexiones intelectuales y por supuesto, espirituales. También hay frívolos que ven en la guerra el único camino, así como los hay desafortunados que deben verla así porque no tienen de otra. La decisión de generalizarlos a todos e ignorarlos por ser "guerrillos", palabra ya muy satanizada, induce a que los lúcidos estén destinados a compartir el patíbulo con los asesinos inmisericordes, con los reprimidos que encuentran diversión y descanso en un gatillo y finalmente, con aquellos que no tuvieron opción.

Es así como la sociedad misma se encarga de arrojar a la pila una cantidad indiscriminada de cadáveres impunes, ignorados, facilitando la labor de aquellas fuerzas oficiales encargadas de suavizar la realidad en pro de mantener el statu quo. Es así también, como fallece un intelectual con problemas económicos, olvidado por la gran mayoría mientras un vallenatero es llorado y sus exequias lamentadas por la gran masa doliente y agradecida.

Cuando un hombre se va, los grabados de la lápida dan fe de su partida, siendo finalmente simples garabatos en una piedra escupible y sin importancia; pero hay hombres que al partir no dejan fechas ni epitafios, dejan sus palabras tan endebles como un rastro de tinta sobre el papel pero fuertes y duraderas como una espada que at raviesa la memoria. Sin duda las huellas de Arturo Alape no desaparecerán de la arena ni su voz se escapará de mis oídos.

PDTA: El libro del que hablo se titula El cadáver insepulto. Publicado por la Editorial Seix Barral, 2005.


 
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