El Kibbutz

Kibbutz: colonia, settlement, asentamiento, rincón elegido dónde alzar la tienda final, dónde salir al aire de la noche con la cara lavada por el tiempo, y unirse al mundo, a la Gran Locura, a la Inmensa Burrada, abrirse a la cristalización del deseo, al encuentro. En la Rayuela, el cielo y la Tierra están en un mismo plano, hay que entrar al cielo a patadas, el zapato patea la piedrita, mirar al mundo a través del ojo del culo, la piedra debe pasar por ahí, llegar al Kibbutz. (Cortázar)

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3/18/2007

La ópera está de cumpleaños

La ópera está de cumpleaños

Por: José Báez

Corría el año de 1607, esta vez no sólo la burguesía italiana se encontraba para presenciar en el Palacio Ducal, de Mantua (Italia) la ópera: Orfeo. También estaba toda la gente interesada con este novedoso espectáculo. La palabra ópera viene del latín opus (obrar). Años atrás ya se había estrenado en Florencia Dafne, una obra que rescató el clasicismo de la tragedia griega y también en 1600 se presenció Euridice. Esta nueva tendencia de arte escénico en el que se mezclaba el canto coral y de solista, la declamación y el baile en un mismo escenario, aún no se le llamaba óperas sino dramma per musica (drama musical) o fávola in musica (fábula musical).

Orfeo de Francesco Cavalli y Claudio Monteverdii fue la primera ópera, presentada en Venecia, con entrada abierta para todo público. La ópera siguió evolucionando. En la meca, Italia, Rossi creó óperas muy afamadas como La traviata, Otello, en Francia se realizaron montajes con ballet y Bel canto (solistas con aptitudes extraordinarias para el canto). En Alemania Beethoven, Mozart, Weber, y Wagner también crearon óperas como La flauta mágica, Don Giovanni, Tristan e Isolda, entre otras. También en Rusia Tchaikovsky fue participe en la creación de óperas.

Este año se cumple el cuarto centenario de la aparición de la ópera. Y valdría la pena preguntarse ¿Qué pasa con la ópera colombiana? Hay un problema, la ópera se ha difundido sobretodo en Rusia y en España como una actividad noble digna de la monarquía o del zarismo en el caso de Rusia. América colonizada por españoles traería esta concepción de la ópera como un bien cultural de élite, es decir era una representación artística para una minoría experta en el tema, que se consideraba culta, y aquellos que estuviesen fuera de ésta serían incultos.

La ópera entonces tuvo un estancamiento no en cuanto a producción sino en proliferación. Por eso hoy ópera es sinónimo de aburrimiento, de una gorda enrulada cantando a punto de estallar vidrios en idiomas que no entendemos. Yo tampoco estoy de acuerdo con que la ópera sea una actividad exclusiva cultural, si es así, en principio no es cultural. Las últimas óperas han dejado el tema épico a un lado y se han mezclado con temas contemporáneos, un ejemplo, en 1987 se estrenó la ópera Nixon en China de John Adams; y acá en Colombia, Pensamientos de guerra, en el 2001, un taller de montaje de la Universidad de Caldas.

En nuestro país la ópera no está muerta. Valeriano Lanchas, bajo; Juanita Lascarro, soprano, y Juan José Lopera, tenor; son por nombrar algunos de sus mejores exponentes. Lo que pasa es que en Colombia exista un mal entendimiento hacia este tipo de expresión escénica. Digamos que la ópera no ha tenido la verdadera difusión como en países europeos, y lo peor, es que no existe comprensión hacia ella. Y ¿qué hacer? Yo creo que lo necesario es, primero realizar óperas acordes con nuestra realidad, en español, por supuesto, dándole así como un nuevo nacimiento después de 400 años a la concepción que se tiene de la ópera. Cuando la gente sienta el placer y entienda la ópera y la apropie como una expresión artística más, será posible contextualizar ahora sí la ópera clásica, barroca, y de Bel canto.

Lo cierto es que la ópera cumple 400 años, y que aunque no sea un experto en ella celebro con agrado este aniversario, porque entiendo cuál fue su importancia como medio de expresión artístico, para convertir textos en lírica que rebotaba en los teatros y hacían y hacen emocionar a los espectadores. Es igual que el cuarto centenario del Quijote (que no he leído, más por respeto y tiempo que por otra cosa) que celebré hace dos años atrás, porque tal vez lo importante no sea conocer sino entender lo trascendental que ha dejado el arte en nuestra existencia.


 
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